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Diplomacia extraviada.


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Fuente: elfinanciero.
López Obrador ha decidido centralizar decisiones que tienen que ver con política exterior, muchas veces sin idea del contexto político o de la historia universal.
No cualquier político es diplomático, aunque todo diplomático debe ser un buen político. Para ser buen diplomático, por un lado, se requiere una buena formación profesional, una carrera adecuada y bien estructurada para llevar a cabo las tareas pertinentes; por el otro, cualidades innatas que tendrá que poner en marcha ante situaciones inesperadas, complejas y esenciales. Un buen diplomático debe ser factor para que al país que representa se consolide, de forma pacífica y bajo el motor del multilateralismo, en un nuevo contexto global donde varias potencias económicas, geopolíticas y armamentísticas, se han impuesto con fuerza durante el siglo XXI. Sin importar el país al que sea enviado el diplomático, este debe ser factor de construcción y desarrollo. Debe impulsar el respeto político mutuo, la creación de puentes para el incremento en el intercambio comercial y cultural; y sobre todo, impulsar acuerdos, que a partir del respeto a las instituciones internacionales establecidas, lleven a la paz mundial. El diplomático requiere una sólida formación intelectual, pero más aún, tener credibilidad absoluta. Si una persona que representa a un país en el extranjero llega mintiendo o bajo una reputación mancillada, nunca podrá ser un interlocutor respetado. Debe quedar claro que un diplomático no representa solo a un gobierno, mucho menos a un partido político, y peor aún, a sí mismo; este representa a un Estado. En efecto, en México y en prácticamente todos los países del mundo, existen diplomáticos que son elegidos no porque pertenezcan a carreras diplomáticas, sino porque son “políticos” designados, algunos de ellos, por sus capacidades probadas en el mundo de la política, y que, al mismo tiempo, cuentan con el perfil adecuado para emprender y desarrollar el arte de la diplomacia. En la actualidad, muchos de los llamados “embajadores políticos”, lo son a partir de pagos políticos al favorecer el empoderamiento del mandatario en curso. Este tipo de circunstancia se ha intensificado en México desde el 2018, lo que ha generado una crisis diplomática sin precedentes. El gobierno actual se ha encargado de minimizar la relevancia de diversas sedes diplomáticas al asumirla como estructuras de ornato propagandístico o como sucursales de pago en beneficio a los bien portados. López Obrador ha decidido centralizar decisiones que tienen que ver con política exterior, muchas veces sin idea del contexto político o de la historia universal; peor aún, bajo recomendaciones de ideólogos sin trascendencia que lo obligan a tomar medidas equivocadas. Por ejemplo, al reconocer como “embajador” al representante del Frente Polisario en México, un movimiento caduco al que no reconoce ningún país de Europa, ni Estados Unidos o Canadá; pero tampoco India, China, Rusia o Turquía…, menos aún Brasil, Argentina o Chile, solo por citar a algunos de los países de relevancia global. López Obrador ha menospreciado diversas representaciones diplomáticas de gran relevancia, como la Embajada de México en España, en Noruega, Canadá, Rusia o República Dominicana, así como el consulado en Estambul y Barcelona, por citar algunos nombres, al dejar en manos de políticos reconvertidos, ideólogos sin experiencia, o activistas, estas relevantes sedes. Ellas y ellos, no cuentan con el perfil para representar a nuestro país en el exterior, por lo que se convierten en “diplomáticos” sin trascendencia, a quienes les subsidian una estadía de lujos, ocurrencias y acuerdos, a cargo del presupuesto público. El presidente solo ha visto prioritaria una embajada, la de México en Estados Unidos, cuyo embajador, Esteban Moctezuma Barragán, ha cumplido un papel destacado a pesar de las determinaciones ideológicas impuestas desde Palacio Nacional, y que han complicado más de una vez, la relación bilateral. Esta embajada, sobra decirlo, nunca funcionará como departamento de regalías. Recordemos uno de los casos diplomáticos más bochornosos entre México, un otro país. Esto sucedió cuando, a capricho ciego, López Obrador decidió imponer a Pedro Salmerón, un ideólogo incondicional, en la Embajada de México en Panamá. El problema fue que estaba acusado de acoso sexual. En respuesta, el gobierno panameño se vio obligado a rechazarlo, a pesar del ímpetu defensor del presidente mexicano. Tiempo después, la propuesta sucesora del fallido Salmerón, fue la actriz Jesusa Rodríguez, quien acusara que “cada que comas tacos de carnitas festejas la caída de Tenochtitlan”. Por fortuna, declinó a la oferta presidencial, aunque dejó aún más maltratada la relación con este importante país centroamericano. Urge reorientar la política exterior mexicana a partir de una visión de Estado, que comprenda los grandes cambios para bien y para mal que suceden en nuestro mundo, pero sobre todo que sepa aprovechar las oportunidades que ofrecen países dispuestos a reforzar la relación con México. Lamentablemente en nuestro país se está imponiendo una ideología centralizada a partir de una persona que menosprecia las relaciones internacionales, el multilateralismo y la geopolítica; quedando no solo aislado, sino vulnerado. Es importante un cambio para recobrar el papel regional y global que le corresponde a México.

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