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Letras en el faro.


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Fuente: eldia_es.
En 1928, los hermanos Millares Cubas dieron ciudadanía literaria de las Islas a José Rial. Un escritor nacido en Filipinas en 1888, perteneciente al cuerpo de oficiales de faros, que en 1913 comenzaría su andadura profesional en la Isla de Lobos, desde donde se trasladaría en 1916 al Faro de la Isleta, en Gran Canaria, lugar de residencia durante más de una década, hasta 1931, año en que se instala definitivamente en Tenerife, donde será encarcelado en los inicios de la Guerra Civil.
En 1928, los hermanos Millares Cubas dieron ciudadanía literaria de las Islas a José Rial. Un escritor nacido en Filipinas en 1888, perteneciente al cuerpo de oficiales de faros, que en 1913 comenzaría su andadura profesional en la Isla de Lobos, desde donde se trasladaría en 1916 al Faro de la Isleta, en Gran Canaria, lugar de residencia durante más de una década, hasta 1931, año en que se instala definitivamente en , donde será encarcelado en los inicios de la Guerra Civil. Con la publicación de Maloficio 1928, una obra compuesta por tres narraciones: Maloficio, Sed e Isla de Lobos, Agustín y Luis Millares defendían que Rial había ganado «carta de ciudadanía en la literatura regional canaria». Una declaración de identidad que sería secundada por Rial en una carta dirigida a Saulo Torón, fechada en 1932, en la que afirmaba sentir esta tierra como suya, por «lo que en ella he hecho y he dejado». Si bien, a pesar de que dicha obra no era la primera que publicaba en las islas, donde antes había aparecido su volumen de 1925, y la novela corta Isla de lobos 1926, el valor de Maloficio se sustentaba en que los tres relatos desplegaban una crítica social ambientada en el litoral de Fuerteventura, que denunciaba por igual el conservadurismo extremo y las supersticiones, asumidas por la situación de pobreza de los pescadores y de sus familias, y sobre todo, como ocurría en el último cuento, poniendo de relieve el control casi feudal que ejercían sobre ellos los caciques. De este modo, Rial tejía argumentos que mostraban las dificultades de desarrollar y modernizar las islas orientales del archipiélago. El fragmento XII de Isla de Lobos, titulado Parásitos, es un claro ejemplo de ello: «Estos pescadores nos odian tanto como nos desprecian; mejor dicho, no nos odian más, por despreciarnos tanto. Para ellos somos parásitos que vivimos sin trabajar al arrimo del Faro, que es un pretexto para mantenernos en la ociosidad, aunque nadie como ellos recoge el beneficio de esta luz roja que baliza el bajo en las noches de tormenta. Yo admitiría este desdén si lo tendiesen sobre todos los parásitos sociales. Pero los he visto inclinarse ante los señores y los ricos de La Oliva con un respeto tan servil, que aun en su ausencia florece en alabanzas a tan gran caballero —tal o cual—, que recorrió como un potro indómito estas tierras atropellando honras, y me indigno. El parasitismo para ellos no está en vivir sin trabajar, sino en la falta de fortuna que justifique la ociosidad y los vicios. Este mío de la lectura, vicio es para ellos; y de los más nefandos, porque cuesta dinero». Con la obra de Rial, el faro y la vida del farero, una temática recurrente en la literatura de otros archipiélagos, pero de la que las Islas carecía, cobraban protagonismo. Lo mismo sucedería, casi 50 años más tarde, con la serie pictórica Poema del faro del artista de la generación de los 70, Juan Hernández. En Rial, esta temática orbitaría con frecuencia en cualquiera de los géneros que abordara, y alcanzaría quizás una mayor profundidad psicológica en una de las novelas cortas perteneciente a la serie Entre el odio y el desprecio 1935, que contenía los relatos Entre el odio y el desprecio, La herencia del tío Francisco y Memorias de un solitario. Es en este último relato, escrito en forma de diario, que incorpora un prólogo de Rial dirigido a aquellos compañeros de profesión que habían modernizado el sistema de balizas del litoral de todo el país pese a las inclemencias de la soledad, donde el autor despliega una serie de recursos literarios, con los que asumir el delirio de un torrero aislado, que va perdiendo la cordura. Veamos un párrafo del texto introductorio: «…la filosofía de nuestra carrera, su meollo espiritual, la grandeza de su servidumbre abnegada, yo he querido exponerla escuetamente en este , que es el drama real de un compañero de mi promoción. De los tiempos heroicos en que teníamos que improvisarlo todo porque no íbamos preparados para nada de aquello, —tan nuevo e incomprensible— que nos esperaba». Aquella situación de aislamiento, voluntario en muchos casos, y más que favorable a la lectura y a la escritura, significó en Rial el impulso de su producción literaria y periodística. Desde su llegada a las Islas, participará en revistas como Florilegio, y en numerosos diarios, entre los que destacaría El Tribuno, y principalmente la provincia, donde llegaría a ser redactor-jefe entre 1927 y 1930, así también hay que apuntar La Hora, y Hoy en Tenerife, entre otros. Vistos en perspectiva, un buen número de sus artículos siguen de actualidad, y su serie Crónicas de viaje, dedicada a diferentes temas relacionados con las islas, entre los que Gregorio Cabrera Déniz señala los dedicados a las islas de Fuerteventura y Lanzarote, y al interés por visibilizarlas ante la división del archipiélago en dos provincias, no tiene desperdicio. Revela un interés por y para todo lo insular, señal inequívoca de que la vida en las islas ya le pertenecía. Asimismo, a principios de los años 20, otro dato destacable en su biografía —aún no escrita, dicho sea de paso—, sucederá en el Puerto de la Luz, puesto que está considerado uno de los miembros fundadores del PSOE en Canarias. Una implicación que le convertiría en objetivo de purga y destierro con la llegada del franquismo, en un periplo resumido en encarcelamientos, huidas, reenganches a la guerra, campos de concentración y posteriormente el exilio a la República Dominicana y Venezuela, pasando por México cinco años, hasta regresar de vuelta a Tenerife el 30 de enero de 1966, donde moriría el 8 de septiembre de 1973, hace medio siglo. Antes de que sucediera su exilio definitivo en 1939, dio testimonio de una fuga histórica para los represaliados canarios, en una obra publicada bajo el pseudónimo José Sahareño, titulada Villa Cisneros. Deportación y fuga de un grupo de antifascistas 1937, donde relata la huida de aquel enclave en Senegal a principios de la Guerra Civil. Una huida que haría en compañía de otro ilustre deportado a Villa Cisneros, el poeta gomero Pedro García Cabrera. Es evidente que la vida de Rial desprende cierta épica, y su historial literario, periodístico y político nos permiten entender el convulso siglo XX en Canarias. A ello se suma el haber alumbrado una saga de escritores en su familia. Su hijo es José Antonio Rial, autor ligado a las letras canarias y a las venezolanas, también vinculado con el exilio, cuya célebre obra La prisión de Fyffes 1969 fue reeditada en 2021 por el Gobierno de Canarias. Y su nieto es Alberto Vázquez-Figueroa, de quien poco más se puede decir. Quizás la lógica de todos estos argumentos nos invitaría a pensar que Rial ocupa un lugar destacado en nuestras letras. Pero no es así, al contrario. Al igual que los faros presentan en sus rotaciones dos fases: una de «destello» y otra de «ocultamiento», la figura de Rial se ha mantenido prácticamente oculta. Y diría que solo lo conocen —y lo han leído— quienes indagan sobre escrituras heterodoxas en las islas. De hecho, en bibliotecas y buscadores, el nombre del autor y de su hijo, José Antonio Rial, tienden a fundirse en uno mismo, diluyendo el valor de José Rial. Destaca además su presencia transversal y casi anecdótica en el Diccionario de la Literatura en Canarias 1992 de Jorge Rodríguez Padrón, y su identificación no demasiado relevante, en la nómina de Eliseo Izquierdo: Periodistas canarios 2006. Pero también hay que ser justos, se publicó un recordatorio de su figura realizado por Luis Moreno Fuentes, en el centenario de su nacimiento, en la provincia, el 15 de mayo de 1988, y existe un dosier realizado por Concha Ganzo en el dominical del 26 de enero de 2014 de este periódico. Del resto, salvo alguna nota esporádica, poco más tenemos para encontrar referencias. No obstante, parece que por fin este «ocultamiento» va tornando de fase, gracias a la cesión en 2018 del Fondo de Rial a la Fundación Juan Negrín, por parte de la familia. Se alumbra, dicho sea de paso, una fase de «destello». A partir de ese momento, ya es posible resituar su figura, seguirle los pasos en Latinoamérica, y sobre todo visibilizar su obra, tal como ha comenzado a hacer la reciente exposición presentada por la propia Fundación, titulada José Rial. Lucha, compromiso y reconstrucción, comisariada por el historiador Néstor Hernández, que se puede visitar en la sede de la Fundación desde el 18 de octubre hasta el 28 de diciembre. Un proyecto expositivo que vertebra un recorrido histórico, junto a numerosos textos y obras publicadas e inéditas pertenecientes al Fondo Rial, así como los artículos de los diarios en los que trabajó, rescatados muchos de ellos de los fondos que se conservan en la rica hemeroteca de El . El comisario alude a que esta es una primera puerta abierta a Rial, no la definitiva. Y en ella se vislumbran los trabajos que restan por iniciarse para recuperarlo, para actualizar la idea que tenemos de él como narrador, farero, periodista, dramaturgo, locutor de radio, conferenciante, etc., y sobre todo, su condición de intelectual impregnado de la crítica social latente, donde sobresale, como también apunta Hernández, el espíritu feminista, o la reivindicación de las islas no capitalinas de la provincia de Las Palmas, en los artículos que publicaba en El Tribuno y de la provincia. Prueba de ello es el siguiente fragmento rescatado de sus Crónicas de viaje, fechado en abril de 1928, en el Faro de Maspalomas, que critica los pocos beneficios que le recibían los pescadores de las costas del sur de Gran Canaria al finalizar la faena, tras el paso de los intermediarios: «La ciudad se queja, con razón, de que el pescado es caro. Y el consumidor ha de pagarlo a precios que darían a estos pescadores magníficas ganancias y les permitiría una vida más humana. Una vida de hogar, de familia, de laborar unas horas en la mar y de descanso, bien ganado, junto a los suyos, en vez de esta existencia nómada de playa en playa, sin casa ni familia; durmiendo bajo las lonas extendidas, con los trajes calados de agua de mar, sin un afecto, lejos del pueblo natal, para obtener una mísera ganancia, mientras se reparte los provechos de las ventas altas y del pescado caro lun grupo de revendedores y de intermediarios, totalmente innecesarios, y evidentemente perjudiciales en el sencillo y elemental mecanismo mercantil de los productos de la pesca, que van casi inmediatamente del productor al consumidor». En definitiva, no exagero si pienso que todos estos argumentos nos llevan a que al fin podamos ser optimistas. Este proyecto expositivo ha logrado frenar el ocultamiento, y sobre todo contextualizar y resituar a un intelectual de primer nivel. Lo cual, probablemente, impulsará una mirada renovada en los ámbitos académicos, intelectuales y editoriales. Una recuperación de una obra singular, y de un autor que además se reivindica tal vez como la figura más relevante del exilio canario tras la Guerra Civil, del que queda mucho por decir, a pesar del tiempo transcurrido.

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