Luis Abinader: Un estratega que camina entre el fuego y el hielo .
Por: Arturo Taveras
En la arena política, donde las lealtades son tan frágiles como el cristal y las traiciones tan comunes como el amanecer de un día lluvioso en invierno, el presidente Luis Abinader parece haber adoptado la figura del alquimista del sistema partidario dominicano.
Con movimientos calculados, Abinader ha convertido a opositores en aliados y el descontento de sus compañeros en fuerza política, erigiendo una maquinaria que, como un río en crecida, arrastra todo a su paso, a pesar de los muros de contención que existen en el PRM.
Desde la designación de Roberto Salcedo como embajador en Panamá hasta los nombramientos de otras figuras históricas del Partido de la Liberación Dominicana PLD y otras fuerzas opositoras, Abinader ha demostrado que, en política, el arte del cambio de bando, considerado una traición, es una estrategia poderosa para mantenerse como el astro Rey del universo político de un país.
Así, cual el famoso Odiseo de la mitología griega, enfrentando los retos de su viaje a Troya, el mandatario dominicano ha sorteado los escollos de las críticas internas del PRM y ha creado su propio caballo de fuerzas opositoras consolidando un poder que trasciende los muros de su partido.
La militancia del PRM al acecho
Sin embargo, esta estrategia no ha estado exenta de tormentas. La militancia del PRM observa, con una mezcla de asombro y resentimiento, lo que ha ocurrido con Roberto Salcedo y su hijo Roberto Ángel Salcedo o Modesto Guzmán, antes acérrimos opositores, ahora ocupan cargos de relevancia en el gobierno.
Para muchos perremeistas lo que ha orquestado el presidente Abinader es un banquete donde los invitados son extraños que se comen el pastel y los anfitriones quedan fuera de la mesa, lánguidos de hambre y con esfuerzos frustrados por lo que considera ingratitud.
Es innegable que Abinader está construyendo su propio reino político, con dirigentes fieles de su entorno, amigos civiles y opositores que le deben más a él que al partido, por lo que se puede colegir que está consolidando la maquinaria que lo llevará a tener control político más allá de la presidencia de la República.
Este movimiento recuerda al escultor que, frente a una roca inmensa, cincela su obra con precisión, sin importar cuántas astillas caigan al suelo ni a cuantas personas puedan herir.
Pero esta estrategia tiene un precio amargo y peligroso: los celos y las críticas que se levantan como un huracán, especialmente desde los bastiones del expresidente Hipólito Mejía, quien busca su propia continuidad a través de los ojos y la voz de su hija Carolina.
En medio de esta danza de intereses, el presidente parece ser consciente de que la política es un tablero de ajedrez donde cada pieza tiene un papel y cada movimiento, una consecuencia. Al traer a su lado a antiguos adversarios, Abinader no solo debilita a la oposición, sino que también fortalece su posición frente a las pugnas internas.
¿Un futuro incierto o un plan maestro?
La historia de la República Dominicana está repleta de líderes que prometieron cambio y se dejaron atrapar por los tentáculos del poder.
Las designaciones de figuras como Julio César Valentín, Maritza López de Ortiz y otros líderes sociales demuestran que el mandatario no solo construye un equipo, sino que teje una red. Cada nombramiento es un hilo que, al unirse, forma un tapiz político que busca consolidar su influencia más allá del corto plazo. Pero, como en toda obra de arte, el éxito dependerá de los detalles.
Abinader camina por una cuerda floja que al tensarse se puede romper y hacerlo caer al fuego de los perremeístas descontentos que claman justicia y reconocimiento o al hielo de una oposición desarmada pero no olvidada.
En Luis Abinader se puede ver a un líder político que, cual equilibrista, avanza con cautela, consciente de que un paso en falso podría ser fatal.
Empero, el tiempo dirá si este juego de poder fue un acto de genio o de ambición desmedida de un presidente que juega una partida difícil en el tablero de la política, en el que no basta con mover las piezas, sino prever cada jugada, incluso las miradas y actitudes de aquellos que están fuera de la partida y de quienes, en silencio, esperan como serpientes el momento del ataque.
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